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Campo de Mayo / Vuelos de la Muerte: Testimonios que construyen una nueva épica de los vencidos

(29/10/20 - Lesa Humanidad)-.La primera audiencia testimonial del juicio por la causa “Malacalza”, relacionada con los vuelos fantasma ó vuelos de la muerte que se efectuaron desde la guarnición militar de Campo de Mayo entre los años 1976 y 1977, tuvo lugar el pasado lunes 19 de octubre, en el ámbito (virtual) del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 2 de la ciudad de  San Martín, provincia de Buenos Aires.

Integran el TOF los jueces federales Walter Antonio Benditti (presidente), Guillermo Eduardo Farah y Esteban Carlos Rodríguez Eggers (vocales).

Los acusados en esta causa, elevada a juicio oral más de cuatro décadas después de los hechos, son, además del ex jefe de Institutos Militares y comandante de la guarnición Campo de Mayo Santiago Omar Riveros (procesado y condenado en otras causas), los pilotos militares Delsis Malacalza, Luis del Valle Arce, Eduardo José María Lance y Alberto Conditi, todos ex integrantes del Batallón 601 de Aviación con sede en el IV Cuerpo de Ejército y con base en Campo de Mayo. Hubo un quinto piloto acusado, Alberto Devoto, ex funcionario del gobierno de Córdoba, pero debió ser apartado del juicio por razones de salud.

En la primera audiencia testimonial, cumplida el lunes, declararon ante el TOF la víctima-testigo Adriana Arancibia, hija del estudiante de Ingeniería en Petróleo y trabajador de Gas del Estado Roberto Ramón “Chiquito” Arancibia, militante y miembro de la conducción del PRT-ERP; el ingeniero Daniel Rosace, hermano del estudiante de la Escuela Industrial “Emilio Mitre” y militante de la UES Juan Carlos Rosace; Edith Accrescimbeni, hermana del estudiante de la misma escuela técnica y también militante de la UES Adrián Enrique Accrescimbeni y por último Rodolfo “Pacha” Novillo, ex preso político y hermano de la maestra, militante social cordobesa y dirigente del PRT-ERP Rosa Eugenia “Tota” Novillo Corvalán, secuestrada por un grupo de tareas del Ejército en Campana, en 1976.

Más allá de las diferencias políticas y del nivel de compromiso de las víctimas, algo que tuvieron en común fue que sus restos destrozados y estragados por la corriente del río de la Plata y el mar, aparecieron en las costas de Verónica (Punta Indio) y Las Toninas, provincia de Buenos Aires, y fueron sepultados como NN en los cementerios municipales de Magdalena y General Lavalle.

Los únicos instrumentos jurídicos que pueden vincular esos restos humanos hallados en la costa bonaerense con delitos de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo, entonces, fueron la pericia forense, la comparación de los datos genéticos de los NN con los de familiares de las víctimas y, finalmente, los testimonios vivos recogidos en uno y en otro lugar.

Y fue con esos instrumentos, justamente, con los que los instructores judiciales de la causa, respaldados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, por los familiares de las víctimas y por cientos de testigos convocados (entre ellos, varios ex conscriptos que cumplieron su servicio militar en Campo de Mayo) lograron la elevación a juicio oral, a 43 años de los hechos. 

Adriana Arancibia recupera a su papá
De las cuatro declaraciones vertidas en esta testimonial, tal vez la más emotiva y cargada de humanidad haya sido la de Adriana Arancibia, que era una niña de apenas 3 años cuando irrumpió un grupo de tareas en el departamento en el que ella vivía con sus padres y su hermanito mayor. Declaró Adriana que supo años después que ella había querido “ponerle una curita” a su papá –que había sido golpeado en la cabeza y la cara por la patota represiva- porque lo había visto lastimado. Ambos niños, con un shock traumático del que nunca terminaron de recuperarse, fueron entregados por el grupo de tareas a una vecina que muy pronto los puso en manos de un instituto de menores.

Así, los hermanitos Arancibia –victimas ellos también, de aquel secuestro- recorrieron un itinerario ilegal que desembocó en el Instituto Riglos, donde los retuvieron por seis meses, hasta ser entregados a una abuela paterna que vivía en Salta, y que fue la columna en donde los niños apoyaron su larga búsqueda de los padres desaparecidos, de la verdad y de la justicia.

Un hecho de repercusión mundial –el atentado contra las Torres Gemelas, en 2001, y la necesidad de identificar a las víctimas- permitió el avance veloz de las técnicas de identificación genética. Fue entonces cuando Carlos “Maco” Somigliana, uno de los pioneros argentinos del EAAF, le dijo a Adriana que gracias a esos avances científicos habían podido establecer la compatibilidad, con 99,9 de certeza, entre el ADN de su presunto padre –extraído de un hueso fémur- y el ADN de una muestra de sangre que ella había entregado a los antropólogos, sin muchas esperanzas, algunos años antes

“De modo que yo era una Arancibia de pura cepa”, dijo emocionada la testigo, niña mujer que fue creciendo en la admiración por su padre y por su madre a medida que entrevistaba a compañeros de militancia de ambos y a medida que se iba enterando de las altas responsabilidades que ellos habían tomado en la organización política que integraban, lo que los había puesto en la mira de los represores de la dictadura y particularmente de los batallones de Inteligencia del Ejército (se sabe que en la distribución de tareas represivas, la Marina se dedicó a los Montoneros en la ESMA y el Ejército hizo lo propio en Campo de Mayo, con los cuadros secuestrados y capturados del PRT-ERP).

Por el relato de esos compañeros de militancia de sus padres y por algunos testimonios vertidos en otros juicios (como el de Juan Farías en la causa “Vesubio”), Adriana pudo alimentar la hipótesis -también sostenida por el EAAF- de que “Eloy” o “Chiquito” Arancibia había pasado por Campo de Mayo. Y por el estudio forense de siete costillas “fragmentadas y con callos”, pudo conjeturar que su padre fue torturado y mantenido con vida meses antes de ser subido a un avión o a un helicóptero del Ejército y arrojado al mar.

Que los restos de “Chiquito” Arancibia hayan aparecido en un cementerio de General Lavalle, casi confundidos con los restos de Azucena Villaflor y los de la monja francesa Léonie Duquet, fue para Adriana Arancibia el cierre honroso de una trayectoria militante (“hasta en eso él se codeaba con los mejores”, dijo entre alegre y triste, con el orgullo de una hija que ha logrado recuperar, por voluntad propia, a su padre.

Adriana Arancibia cerró su testimonio, a pesar de cierta resistencia del Tribunal a que la declaración se convirtiera en alegato, con palabras del Sermón de la Montaña y del Evangelio. “Yo aprendí, de la mano de Jesús, que sólo la verdad nos hace libres”, concluyó.

Juan Carlos y Adrián, en el testimonio de sus hermanos
El ingeniero Daniel Rosace, docente de la UTN y consultor, es hermano mayor de Juan Carlos Rosace, estudiante de la Escuela Industrial “Emilio Mitre” y militante de la UES que fue secuestrado en 1976, y cuyos restos, arrojados por el mar cerca de Punta Indio, fueron sepultados como NN en el cementerio municipal de Magdalena.

Daniel era tutor escolar de Juan Carlos y eso lo convirtió en indeclinable luchador por la aparición con vida de su hermano. Sin embargo, como lo admitió en su testimonio, quien movió cielo y tierra, infructuosamente, por saber lo que había pasado con Juan Carlos fue su madre, que llegó a formar parte de las primeras Madres de Plaza de Mayo y que murió en 1992, a los 67, sin haber alcanzado la verdad y la justicia que merecía.

Se entrevistó junto a su marido –veterano de guerra italiano- con un capellán del Ejército, en Polvorines; escribió una carta en italiano dirigida al papa Juan Pablo II; se entrevistó con Ernesto Sabato; hizo gestiones ante diplomáticos italianos. Aquella mujer, Fortunata de Rosace, hizo el largo y valiente recorrido que hicieron cientos de Madres que asumieron esa lucha que buena parte de la sociedad, en los años de la dictadura, no asumía o sencillamente ignoraba.

El testimonio de Daniel Rosace, lo mismo que el de Edith, hermana de Adrián Accrescimbeni (otro alumno del Industrial “Emilio Mitre” y militante de la UES, que trabajaba en el Mercado de Abasto), permiten reconstruir ese procedimiento represivo que consistía en secuestrar a una víctima y obligarla mediante amenazas o torturas a identificar a otra víctima, por la calle, y así, hasta reunir en un CCD a un grupo entero de estudiantes o de trabajadores o de militantes, para interrogarlos bajo tortura, al modo de la Inquisición, y finalmente decidir sobre la suerte de cada uno. 

Después de los secuestros, la misma familia de las víctimas era vigilada y amenazada constantemente. “Usted tiene una hija de 15 ¿no? Cuide a su hija, usted habla mucho…”, le dijeron a la madre de Edith. Otro tanto hicieron con la familia de Domingo Ferraro, uno de los detenidos ilegales en Campo de Mayo que fue liberado, y que alcanzó a decir que había visto a sus compañeros de la Escuela, con vida, en el galpón en el que los tenían secuestrados.

Los restos de Adrián Accrecimbeni, sepultados como NN en el cementerio de Magdalena, fueron recuperados e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense junto con los de Juan Carlos Rosace. Compartieron ambos la militancia juvenil y también aquel vuelo de la muerte que para ellos dispuso el terrorismo de Estado.

Tras recordar con tristeza el silencio cómplice y la falta de interés de autoridades de la Escuela Industrial “Emilio Mitre” por recuperar la memoria de sus estudiantes desaparecidos, en los primeros años de democracia, los dos testigos rescataron el trabajo de la docente Elizabeth Maldonado, quien a partir de 2011 invitó a los estudiantes del establecimiento a reconstruir las vidas de aquellos compañeros de la UES arrebatados por la dictadura y a homenajearlos con una placa forjada en los mismos talleres de la Escuela, que fue descubierta en un acto del que participaron familiares y organismos.

Rosa Eugenia Novillo Corvalán: luchar entre dictaduras
Según el testimonio de su hermano Rodolfo (“Pacha”), Rosa Eugenia Novillo Corbalán, nacida en 1950, fue la primera de los diez hermanos en abrazar la militancia política, al año siguiente del Cordobazo y en plena dictadura de la autodenominada Revolución Argentina. Lo hizo en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que luego de su quinto congreso daría nacimiento al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Siendo maestra normal y estudiante de Letras, “Tota” Novillo prefirió siempre el trabajo territorial, en los barrios populares de Córdoba al principio y luego, tras pasar a la clandestinidad, en el gran Buenos Aires, desde donde regresaría a Córdoba al fin de la dictadura de Lanusse. Allí fue detenida en 1974, durante la violenta intervención del brigadier Lacabanne, y enviada a la cárcel del Buen Pastor, de donde logró fugarse en 1975, junto con otras presas políticas. A partir de ese momento –relató el testigo Rodolfo Novillo al tribunal- la vida de “Tota” transcurrió en la clandestinidad, aunque supo mantener correspondencia y hacer visitas esporádicas a sus hermanos y a su madre viuda.

Por los últimos contactos que tuvo con sus hermanos (cinco de los cuales conocieron la militancia, la cárcel y el exilio), pudo saberse que se había radicado en Campana, provincia de Buenos Aires, donde su pareja Guillermo Pucheta tenía militancia sindical. También pudo saberse, por conversación con su hermana Delia, que estaba buscando tener un hijo y por eso, en la investigación de su secuestro y desaparición, se plantea la hipótesis de que estaba embarazada y que fue retenida en Campo de Mayo los meses que faltaban hasta dar a luz, para después asesinarla y deshacerse del cuerpo en un vuelo fantasma.

Los restos de “Tota” Novillo aparecieron, como otros de esta causa, en el cementerio municipal de Magdalena. En el informe forense, a diferencia de otros casos, se consigna que recibió tres balazos por la espalda, uno de ellos en la nuca, antes de ser “trasladada” con prisioneros que sí estaban vivos.

Un testimonio decisivo para probar que “Tota” Novillo estaba en Campo de Mayo a fines de 1976 es el del soldado conscripto Cagnolo, cordobés de Bell Ville, que fue arrestado poco antes de terminar el servicio militar y que pudo hablar en esa situación con dos prisioneros pertenecientes al buró político del PRT-ERP (Mena y Merbilhá, hoy desaparecidos) y que oyó que ellos sabían de “la Pucheta” (así le decían) en el centro clandestino y también sabían de su muerte y desaparición.

Cerca de 400 soldados conscriptos que pasaron por Campo de Mayo en los años que se investigan, fueron contactados durante la instrucción de la causa, revelaron abogados de las querellas.

En éste como en otros casos de vuelos de la muerte, el esfuerzo de la acusación es probar que un detenido estuvo en Campo de Mayo al momento de su desaparición y que los restos de ese detenido son los que aparecieron en la costa del río o el mar, poco tiempo después, y fueron enterrados como NN. La información de contexto es lo que permite a la justicia llenar el hueco probatorio creado por la desaparición, el traslado y el vuelo fantasma.

Rodolfo Novillo, sobreviviente de “La Perla”, que conoció también las cárceles de la dictadura en Córdoba y en La Plata, habla con cariño y admiración de su hermana Rosa Eugenia Novillo Corvalán, secuestrada y desaparecida a los 26 años, probablemente embarazada, que fue ejecutada a balazos por la espalda según dice la pericia forense, y cuyos restos, devueltos por el mar al que fue arrojada, terminaron sepultados como NN en un cementerio municipal de la provincia de Buenos Aires.

Entre los bebés apropiados que buscan las Abuelas de Plaza de Mayo, hay uno que es hija (o hijo) de Rosa Eugenia Novillo Corvalán y Guillermo Pucheta. El debate en curso, sobre los vuelos de la muerte, también puede aportar pistas a esa investigación.

Por Oscar Taffetani, Telam

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