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Somalilandia, un destino de la arqueología en el desierto del cuerno de áfrica

(01/11/20 -  Arqueología)-.Esta zona del este de África tiene posición geográfica privilegiada: es una encrucijada entre África, el Próximo Oriente, el océano Índico y el Mediterráneo lo que la convirtió en un excelente enclave comercial. Un grupo de arqueólogos del Instituto de Ciencias del Patrimonio apoyado por la Fundación Palarq ha realizado importantes hallazgos de diversas épocas en este territorio.

el todoterreno se ha parado al borde del Mar Rojo, cerca del puerto de Berbera, en la costa de Somalilandia. La marea está muy alta y el equipo de arqueólogos no puede seguir avanzando por la playa. Mientras esperan, alguien observa al pie de una enorme duna un brillo de puntos blancos que rompe la monotonía de la arena. Al acercarse, comprueban que el viento, al desplazar la duna, ha dejado al descubierto un tesoro arqueológico: un conchero, un campamento donde hace más de quince siglos un grupo de pastores nómadas plantó sus tiendas, consumió marisco y pescado, sacrificó y cocinó parte de sus cabras... Y comerció con pueblos lejanos.

Siglos de comercio y paz
Desde el año 2015, un proyecto del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) investiga 2.000 años de contactos a larga distancia en el Cuerno de África. Y lo hace en Somalilandia, un territorio que se independizó de Somalia en el año 1991 y, al contrario que su vecino, ha logrado mantenerse en paz desde entonces, crear instituciones que funcionan y desarrollar un sistema político que combina estructuras tradicionales y democracia al estilo occidental. 

Somalilandia posee un patrimonio arqueológico riquísimo que incluye desde algunas de las pinturas rupestres más hermosas del mundo a las ruinas de ciudades medievales. Y pese a ello, el equipo del Incipit es el único que trabaja en estos momentos en el país, donde ha realizado seis campañas consecutivas.

Lo cierto es que desde la década de 1970, con la excepción de Yibuti, todo el territorio somalí ha sufrido violencia de mayor o menor intensidad. Los conflictos étnicos en Etiopía, el terrorismo islámico en Somalia y el noreste de Kenia, y la piratería en Puntland han impedido las investigaciones durante mucho tiempo –y todavía las dificultan enormemente–. No solo eso; la gran Somalia también es hostil desde el punto de vista de la geografía física: desiertos o estepas la cubren en su mayor parte y hay muy pocas carreteras. Algunos lugares resultan simplemente inaccesibles. Los conflictos, un entorno inclemente y la crisis climática explican a su vez sequías y hambrunas, que se han cobrado la vida de cientos de miles de personas en las últimas décadas.

Pero durante miles de años la historia de este territorio fue bien distinta. Es un relato de cosmopolitismo y tolerancia, de nabad iyo caano, "leche y paz", como dirían los somalíes. Y precisamente este proyecto, que ha contado con el apoyo de la Fundación Palarq, pretende dar visibilidad a esa otra historia, la más duradera y la más importante.

Romanos en el cuerno de África
Cuando el equipo comenzó su prospección entre las dunas de Berbera pensó que se trataba de un yacimiento neolítico, de entre 3.000 y 6.000 años de antigüedad. Pero no era así: junto a los moluscos, los huesos y las cerámicas hechas a mano aparecieron objetos que claramente procedían de lugares lejanos: primero, cerámica a torno. 

Es difícil saber su procedencia, pero por el aspecto es muy posible que se fabricara en el Mediterráneo. Poco después apareció una olla casi entera. En este caso su origen fue más fácil de trazar: el reino de Himyar, que sucedió al mítico reino de Saba, que dominó el sur de Yemen durante los cinco primeros siglos de nuestra era y se convirtió en un país próspero gracias al comercio del incienso. Los romanos intentaron conquistarlo y fracasaron, y más tarde sus reyes adoptaron el judaísmo como religión de Estado. De otra pieza también ha podido saberse la procedencia: se trata de una pulsera de vidrio negro del Egipto romano. Con estos materiales, el yacimiento puede datarse entre los siglos III y VI d.C.

Pero ¿cómo y por qué llegaron estos objetos a las áridas costas de Somalilandia? ¿Cómo acabaron en manos de una pequeña comunidad de pastores trashumantes? Somalilandia tiene una posición geográfica privilegiada: está a la entrada del mar Rojo, en una encrucijada entre África, el Próximo Oriente, el océano Índico y el Mediterráneo. La vía más rápida entre la India y Europa, de hecho, pasa por delante de sus costas. Además posee dos de los elementos más apreciados por las civilizaciones de la Antigüedad: incienso y mirra. 

La mirra tiene una distribución algo más extensa, pero el incienso crece sólo en unas regiones montañosas muy concretas del sur de Yemen y Somalilandia. Ya a mediados del segundo milenio a.C., navegantes de Egipto acudían al litoral del Cuerno de África para obtener resinas y otros productos, como marfil y esclavos. El comercio se intensificó notablemente desde época del emperador Augusto, en el cambio de era. En el siglo I d.C. contamos, de hecho, con una descripción precisa de la navegación y el comercio entre el Egipto romano y la India: el Periplo del Mar Eritreo. Gracias a ella sabemos que en este territorio se realizaban intercambios entre romanos, himiaritas, indios e indígenas en varios puntos de la costa. La descripción de uno de estos puntos, Malao, coincide con la actual ciudad de Berbera, que se sitúa a sólo 20 kilómetros de nuestro conchero.

Otro de los puertos mencionados es Mundu, al este de Malao. Mundu es la actual Xiis, donde también existen huellas de la presencia de antiguos navegantes. En su inmensa playa se extienden más de 300 tumbas construidas por los pastores nómadas, como los de Berbera, durante los primeros tres siglos de nuestra era. En su interior depositaron cuidadosamente los cuerpos de sus difuntos en enterramientos individuales y los acompañaron de ricos ajuares funerarios en los que alternan terras sigillatas del Lacio, vidrios de Alejandría, jarras vidriadas del Imperio parto y ánforas de Arabia. 

En el siglo III d.C., este lugar remoto y desértico estaba más conectado con el mundo exterior que la mayor parte de localidades del Imperio romano. Algunas de las tumbas han proporcionado impresionantes colecciones de objetos importados. Entre ellos, un gran jarrón de cristal para perfume, que se fabricó en la Siria romana y fue depositado junto al cuerpo de una adolescente. La joven llevaba además un collar con cuentas de vidrio y bronce y tobilleras de hierro, no muy distintas de las que aún utilizan hoy en día algunos grupos étnicos en el Cuerno de África.

Pero pese a su activa participación en lo que se conoce como comercio internacional, los pastores de Somalilandia no llegaron a desarrollar estados ni ciudades. En eso son un caso único en las orillas del océano Índico, donde el intercambio lo protagonizaron mercaderes basados en emporios, generalmente dependientes de imperios o reinos. Es una situación sorprendente. Pero más lo es que se mantuviera durante casi dos milenios.

La otra ruta de la seda
Durante la Edad Media, el este de Asia y el Mediterráneo estaban comunicados por lo que se conoce como la Ruta de la Seda, una serie de caminos que cruzaban el continente de lado a lado, atravesando montañas y desiertos. Pero había otra ruta, la del océano Índico, que unía los extremos del mundo y que contaba con siglos de existencia. 

En tiempos medievales, Somalilandia vio cómo surgían ciudades y, con ellas, estados. Es un proceso que comenzó en el siglo XIII, bajo el influjo de la islamización, y alcanzó su apogeo durante los siglos XV y XVI, época en que el Sultanato de Adal domina gran parte del Cuerno de África. Pese a la existencia de este sultanato, el comercio se siguió desarrollando en muchos sitios sin intermediación de ciudades. 

Como en Xiis o el conchero de Berbera mil años antes, durante la Edad Media los pastores acudían a ciertos puntos de la costa a comerciar con navegantes procedentes de Persia, la India o Egipto. Lo hacían siguiendo los ritmos que marcaban los monzones: sus vientos permitían a los marinos llegar al Cuerno de África y sus lluvias regaban los pastos que alimentaban los rebaños de los nómadas.

Estos nómadas acampaban en la playa esperando la llegada de los mercaderes. Se reunían por familias y clanes, plantaban sus cabañas de ramas y esterillas, encendían fuegos y sacrificaban animales. Los restos de todo ello han quedado sobre la arena, en la superficie. También los fragmentos de porcelanas chinas, ungüentarios egipcios, cerámica vidriada de Arabia y Persia, y cuentas de pasta vítrea, ágata y cornalina procedentes de la India, Malasia o Indonesia que los comerciantes intercambiaron por incienso, marfil y concha de tortuga. Quizá lo que más abunde, sin embargo, sean las pulseras de vidrio. 

Las hay por docenas en cada una de estas ferias costeras. Las hay monocromas y polícromas, oculadas y con bandas, en relieve y lisas. Vienen de Arabia, de Yemen, quizá de Egipto y Siria. Los pastores de Somalilandia las utilizaban en las transacciones matrimoniales, de ahí que sean tan comunes. De las playas del mar Rojo partían caravanas cargadas de tesoros hacia las ciudades islámicas del altiplano abisinio. Pero las caravanas continuaban más allá, se adentraban en el territorio ignoto de las jefaturas y tribus paganas que habitan las selvas del sur de Etiopía y donde, también, se han encontrado cuentas de vidrio del Índico.

De todas las ferias que el equipo ha estudiado, quizá la más espectacular sea la de Siyara. Todavía existía a mediados del siglo XIX, porque la visitó el viajero inglés Richard Burton y habló de ella, aunque ya sólo como un recuerdo desvaído de sus tiempos de gloria medievales. Es espectacular por su ubicación, bajo un gran promontorio y frente a una playa que se pierde entre montañas rocosas, por su tamaño, por la riqueza de sus hallazgos y por su antigüedad. 

Algunas cerámicas indican que aquí ya se comerciaba con el reino de Himyar y el Imperio sasánida en el siglo V d.C. Desde el siglo XI al menos, los contactos con Yemen, Irán y la India son constantes. Pero apenas hay estructuras de piedra en el yacimiento. Lo que más abundan son concentraciones de huesos y cerámica que nos indican los lugares donde acamparon nómadas y mercaderes. Los tipos de cerámica permiten intuir dónde se asentaron los indios, dónde los yemeníes, dónde los somalíes...

Festivales e intercambios
En la costa también se celebraron rituales y fiestas, posiblemente en relación con intercambios comerciales. Cuando los arqueólogos del Incipit visitaron el yacimiento de Bandar Abbas por primera vez pensaron que era una feria de playa más. El nombre lo corroboraría, porque bandar, en persa, hace referencia a un puerto de comercio. Aquí también se hallaron cerámicas islámicas vidriadas y celadones chinos (un precedente de la porcelana), pero apenas estructuras sólidas que revelasen la existencia de una ciudad o un pueblo. 

Al contrario que otros lugares, Bandar Abbas parece que sólo fue frecuentado durante un tiempo breve, hacia el siglo XI o XII. La última vez que el equipo lo visitó, el viento y la lluvia habían lavado la arena y descubierto la casi totalidad del yacimiento: lo habían excavado mejor de lo que pudiera hacerlo el arqueólogo más meticuloso. A la vista quedaron hogares de arcilla, vasijas completas hincadas en el suelo, montones de huesos troceados y quemados, recipientes de almacenaje rotos allí donde quedaron abandonados, incluso una cabaña construida con huesos de camello.

En Bandar Abbas se hallaron cerámicas islámicas vidriadas y celadones chinos (un precedente de la porcelana), pero apenas estructuras sólidas que revelasen la existencia de una ciudad o un pueblo.

Claramente no se trataba de un simple lugar de comercio. De hecho, los productos importados de lujo son una minoría: lo que más abunda allí es la cerámica de cocina local y las vasijas de almacenaje y cocina yemeníes. Pero hay más: entre los restos de fauna, los de camello son muy numerosos. Se consumieron docenas de ellos. 

Los dromedarios, en la Edad Media como en la actualidad, se sacrificaban en grandes eventos, como bodas y festivales religiosos. No sabemos qué se celebraba en Bandar Abbas, pero puede que el ritual estuviera en relación con un túmulo funerario que se encuentra en el centro del yacimiento. Lo que sí se puede intuir, por la cerámica, es que en la fiesta participaron yemeníes y pastores locales. Un encuentro en la playa, multicultural y festivo, hace ocho siglos.

Esta forma de vida se mantuvo en el Cuerno de África hasta el siglo XVI. En ese momento, tres fenómenos acabaron con ella: la invasión de un pueblo nómada, los Oromo, que en pocas décadas conquistó gran parte de Etiopía y Somalia; la guerra entre el sultanato de Adal y la Etiopía cristiana, que contribuyó al colapso del sultanato, y la irrupción de los portugueses en el océano Índico, que trajeron consigo el espíritu de cruzada, las ansias de monopolio y la militarización del comercio. 

Los intercambios en el mar Rojo se vieron afectados por la lucha entre portugueses y otomanos a lo largo del siglo XVI, y Somalilandia ya no se recuperaría del bloqueo. El comercio en las playa desapareció o quedó reducido a su mínima expresión. Los nómadas continuaron moviéndose entre la costa y el interior, pero ya no llevarán consigo porcelanas chinas ni ungüentarios de Egipto.

Un poblado destruido
Del momento del colapso se conserva un importante testimonio arqueológico. A orillas de un gran río estacional, el Biyo Gure, se alza un espolón de roca sobre el que se ubicó una pequeña aldea entre los siglos XV y XVI. En este caso sí había casas: una treintena de cabañas rectangulares con el zócalo de mampuestos de arenisca o cantos del lecho del río. 

La erosión las ha dejado todas al descubierto. Junto a ellas había una gran cantidad de cerámicas, vidrios, cuentas y pulseras. Ni un solo elemento es local: todo, absolutamente todo, procede del comercio. También hay jarras de transporte del sur de China, conocidas como martaban, porcelanas blancas y azules de la dinastía Ming, cerámicas persas de vidriado turquesa... Es un lugar único en Somalilandia: una pequeña comunidad de comerciantes. Es posible que transportaran los objetos foráneos entre la playa y las montañas, donde otros comerciantes los llevarían hacia el interior de África.

A orillas de un gran río estacional, Biyo Gure, se alza un espolón de roca sobre el que se ubicó una pequeña aldea entre los siglos XV y XVI. Aquí ni un solo elemento es local: todo, absolutamente todo, procede del comercio.

Lo que sí está claro es cómo desapareció el poblado: lo arrasaron. Llama la atención la abundancia de cerámicas, algunas casi completas, y la existencia de carbones en algunas cabañas. Al excavarlas, el equipo descubrió gruesos depósitos de ramas quemadas, carbones y cenizas: la techumbre abrasada que quedó hundida sobre el suelo ¿Quién destruyó esta pacífica aldea? Lo ignoramos. Hay varios candidatos: los etíopes, los oromo, los portugueses... Estos últimos incendiaron el puerto de Berbera en dos ocasiones a principios del siglo XVI. Berbera está a sólo 15 kilómetros de Biyo Gure. Quizá los portugueses se adentraron por el wadi (cauce seco de un río) buscando agua potable –ésta es una de las pocas zonas donde se encuentra–. Tal vez se encontraron con la aldea, la saquearon y la arrasaron. No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que al mismo tiempo se abandonaron las ferias de playa y comenzaron a aparecer poblados fortificados en riscos inaccesibles. Biyo Gure marca el comienzo del fin de una época: mil quinientos años de comercio pacífico y multicultural en el océano Índico.

El proyecto del Incipit en Somalilandia continuará durante los próximos años, explorando esos contactos cosmopolitas que conformaron las culturas del Cuerno de África, y que todavía son parte de su esencia. Sin duda, y a pesar de todos los retos a los que se enfrentan, lo seguirán siendo durante muchos años más.

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