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Ultrafacho

(21/03/21 - Opinión, Por Ricardo Ragendorfer)-.Los ocho “banderazos” que hasta ahora hubo durante la pandemia supieron dejar postales imborrables y consolidaron la figura del "odiador serial", sobre la cual corrieron ríos de tinta. Sin embargo, falta considerar un aspecto medular del fenómeno: la irrupción cada vez más orgánica de la ultraderecha en Argentina, y el giro “gradualista” del macrismo hacia dicho extremo.

Los ocho “banderazos” que hasta ahora hubo durante la pandemia supieron dejar postales imborrables. Como la del tipo que, con la cabeza metida en una ventanilla del móvil de C5N, bramaba: “¡Van a empezar a tener miedo, hijos de puta!”. O como la del muchacho que lucía una remera con la cara de Videla y la consigna “Mi general, se lo necesita”. O como la de aquellas ya célebres bolsas mortuorias con nombres de personas vivas –entre ellas, la de Estela de Carlotto–. Semejante festival de atrocidades consolidó la figura del “odiador serial”, sobre cuya semiótica ya corrieron ríos de tinta. Aunque sin considerar en profundidad un aspecto medular del fenómeno: la irrupción cada vez más orgánica de la ultraderecha en Argentina, y el giro “gradualista” del macrismo hacia dicho extremo.

Al respecto, cabe destacar el coqueteo –a mediados de febrero– de una dirigente de primera línea del PRO con el autopercibido periodista Eduardo Prestofilippo (a) “El Presto”, recordado por amenazar de muerte a la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.

Claro que para entonces –y con su madrinazgo– el PRO ya poseía una metástasis partidaria hasta ahora ignota, ubicada en esa franja ideológica, la Unión Republicana (UR). Su líder nacional es el diputado neuquino de Juntos por el Cambio (JxC), Francisco Sánchez.

Se trata de un cavernícola de manual que en las redes sociales resume su ideario con solo tres palabras: “Dios, Patria y Hogar”. De oratoria algo rústica, el discurso provida que expresaba a los gritos en las sesiones parlamentarias sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) no tuvo la vehemencia de los argumentos a favor de la pena de muerte que suele esgrimir cada tanto en ciertos programas de cable. 

También es un fanático de la “justicia por mano propia” y hasta agita un proyecto de ley para flexibilizar la portación de armas “en manos de ciudadanos decentes –aclaró– para enfrentar la inseguridad”, una gesta enlazada a su admiración por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. A la vez el feminismo es una fuente inagotable de mala sangre para él, ya que lo considera una forma de “adoctrinamiento marxista”. Si; ese es su lenguaje.

La UR cuenta con un ala Sub-30: los Jóvenes Republicanos (JR), cuyo caudillo es Ulises Chaparro, un estudiante de Veterinaria al que, justamente, se le adjudica el asunto de las bolsas, lo que le valió unos días de fama tras el “banderazo” del 27 de febrero.

Ese sábado la convocatoria también atrajo –entre otros grupos situados a la derecha de Atila– al Partido Libertario de Javier Milei.

Ya se sabe que el instante sublime de aquella jornada fue el cruce entre éste y la cabecilla del PRO. Un cruce que, para regocijo de los presentes y los medios amigos, derivó en un cálido apretón de manos. Pero ahora hay quienes deslizan que tal “casualidad” fue minuciosamente preparada.

Cuatro días después –y en el mayor de los sigilos– ambos volverían a encontrarse para compartir una fructífera velada.

Pero vayamos por partes.

El libertario

Después del colapso electoral de Mauricio Macri en 2019, la dirigencia de JxC le dispensó un inocultable rencor hacia el partido Avanza Libertad (AL) por haberle arrebatado casi 400 mil votos.

Tal animosidad se extendió hacia Milei, quien hacía apenas unos meses hizo pública su aspiración de disputar una banca de diputado en los próximos comicios de medio término, como aliado de José Luis Espert.

Él supone que, en los últimos tiempos, el aumento de su popularidad fue vertiginoso. Y que al respecto aún no está dicha la última palabra. De hecho, tal vez haya cifrado tal presunción en la existencia de lo que Boaventura de Souza Santos –un sociólogo portugués cuyo pensamiento está situado en las antípodas del suyo– denomina “fascismo societal”.

Se trata de un fenómeno ideológico que, a diferencia de los procesos de extrema derecha en la Europa de la primera mitad del siglo XX, no resultó cincelado por la política ni por el Estado, sino que surge en las entrañas del cuerpo social. Una oleada técnicamente pluralista, sin jefes, pero provista de objetivos disciplinantes y civilizatorios. El fascismo de los que ni siquiera saben lo que es el fascismo. El fascismo de la antipolítica, una bandera que él decidió aprovechar, ya que esa “clientela” bien puede ser absorbida por ideas “libertarias”.

Por lo pronto, ese hombre cincuentón, con ojos encendidos y peinado revuelto, una mezcla que le confiere cierta semejanza con de Benny Hill, se complace en definirse como “anarcocapilista dinámico”; o sea, partidario de abolir el Estado, con la única excepción de su estructura jurídico-policial. Y así conservar únicamente su monopolio del uso legítimo de la violencia para así mantener el orden (de la propiedad). Música para los oídos de un número impreciso de televidentes y jóvenes embelesados por la cosmovisión libertaria.

Tal discurso combina con su carisma estrambótico. Los ataques de ira en público –aderezados con insultos– son su marca registrada. Al igual que la piedad que provoca el haber sido un niño golpeado por un progenitor bestial. Y que pudo sobrellevar tamaña disfunción familiar para ser, primero, un hábil arquero en las inferiores de Chacarita y, luego, un académico solvente. Cosas que cautivan a la parte sana de la población.

Para los jóvenes no tiene para ofrecerles otra cosa que su ejemplo: él es un defensor del amor libre (en las entrevistas suele declarar que a lo largo de su vida participó de triángulos amorosos) y también se jacta de ser “instructor de sexo tántrico” (el arte de tener relaciones sin eyacular). Además se manifiesta en contra del aborto y a favor de la legalización de todas las drogas.

Dada su catadura, no es extraño que Bullrich pusiera su mirada en él.

¿Sabes quién viene a cenar?

Al anochecer el primer martes del mes en curso, ella acudió al departamento de Marcelo Peretta, el titular del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos, un dirigente que cultivó un estrecho vínculo con la administración macrista.

Allí, enfundado en uno de sus trajes rayados con chaleco, la aguardaba Milei. Se saludaron como viejos amigos. Primero abordaron trivialidades, mientras el anfitrión servía un lomo a la crema con papas al natural. Milei bebía limonada. Patricia no.

Él engullía su palto con avidez, mientras las palabras salían de su boca a borbotones. Ella lo escuchaba con una sonrisa ladeada.

Tras el postre, el economista seguía enfrascado en su monólogo; ahora, trazaba un funesto escenario financiero para el país en los próximos meses.

Milei recitaba cálculos, estadísticas y citaba ejemplos de otros países en circunstancias análogas. Bullrich, entonces, creyó oportuno decir:

– Al fracaso económico se le suma el desastre sanitario.

Milei, entonces, con un brillo perturbador en la mirada, acotó:

– Hay que sacarlos a estos inútiles.

La fuente consultada por el autor para reconstruir aquel cónclave aclaró que el referente libertario se refería a “vencer al oficialismo en las urnas”.

También dijo que el tema de los comicios legislativos se prolongó hasta pasada medianoche. Y que, en un par de oportunidades, Bullrich lo tanteó con ir juntos en las boletas, aunque Milei se hizo el desentendido.

Bullrich entonces “entendió” que no era el momento de avanzar en este punto. Y solo dijo:

– Todo bien. Pero queda claro que el enemigo es el kirchnerismo, ¿no?

Se refería a que los legisladores de ambas bancadas –la de JxC y la de AL –la alianza de Espert que patrocinaría a Milei, debían unificar sus votos en el recinto de la Cámara Baja.

Peretta ya miraba afanosamente su reloj. Eran las dos de la mañana.

¿Sus invitados habían dado el primer paso de un acuerdo?

Solo Dios lo sabe.

(Telam)

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