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El templo mayor de Tenochtitlán, centro espiritual del mundo azteca

(31/12/22 - Arqueología)-.Era la noche del 21 de febrero de 1978 cuando un grupo de trabajadores de la compañía eléctrica mexicana se disponía a renovar el cableado entre las calles Guatemala y Argentina, en el centro de Ciudad de México. Apenas habían profundizado dos metros cuando toparon con una roca enorme y circular en la que se atisbaban extraños grabados. Inmediatamente dieron parte a la central, que se puso en contacto con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). 

Rafael Domínguez y Raúl Arana, miembros del equipo de Salvamento Arqueológico, se desplazaron al lugar para inspeccionar el hallazgo in situ. Desde el primer momento fueron conscientes de la importancia del descubrimiento, como recuerda Raúl Arana: «Era medianoche y tuve la oportunidad de vivir como arqueólogo una experiencia inolvidable: poder ver la mitad del monumento, una maravillosa escultura con grandes relieves y aún con restos de pintura. Al verla rememoraba los descubrimientos del calendario azteca y la Coatlicue, monumentos arqueológicos hallados ocasionalmente doscientos años antes muy cerca de allí». 

La gran diosa 

Tras dos meses de trabajos exhaustivos para liberarlo de los sedimentos que lo apresaban, el monolito se mostró al mundo en todo su esplendor. La escultura era inmensa, con un diámetro que sobrepasaba los tres metros, y un peso superior a las ocho toneladas.

Su estado de conservación era excepcional. Los especialistas comprobaron enseguida que se trataba de una imagen de Coyolxauhqui, la diosa lunar, hermana de Huitzilopochtli, representación del sol, dios principal del panteón azteca. Tras entablar un durísimo combate cósmico con su hermano, Coyolxauhqui fue desmembrada y arrojada desde la montaña sagrada de Coatepec. 

Pero, sin duda, lo que más emocionó a los arqueólogos fue su ubicación: la escultura se había localizado a los pies de la escalinata principal del templo Mayor, el lugar donde Axayácatl, sexto gobernante de Tenochtitlán y padre de Moctezuma II, la había depositado entre los años 1469 y 1481. 

El templo enterrado 

El hallazgo, en realidad, no fue una sorpresa. Después de la conquista española de Tenochtitlán, en 1521, el templo Mayor azteca fue desmontado piedra a piedra y quedó cubierto por las nuevas construcciones del México colonial. Pese a ello, la zona del templo se mantuvo como centro neurálgico de la ciudad, y en ocasiones aparecían espectaculares vestigios aztecas, como el monolito de la diosa Coatlicue y el llamado calendario azteca (conocido como la Piedra del Sol), descubiertos allá por 1790. 

Desde entonces, se sucedieron los hallazgos. En 1900, Leopoldo Batres encontró incluso parte de la escalinata del templo Mayor, pero no la identificó como tal porque pensaba que el templo se encontraba debajo de la catedral metropolitana; por ello, no continuó los trabajos. Finalmente, en 1913, el antropólogo Manuel Gamio identificó el templo y empezó a excavar una de sus esquinas. 

En 1933, en 1948 y durante la década de los sesenta se realizaron intentos de excavar el templo Mayor. Todos, sin embargo, se enfrentaban a la reticencia natural de las autoridades ante una intervención arqueológica de gran envergadura en pleno centro de la ciudad, lo que suponía tener que cortar el tráfico en las calles adyacentes y expropiar varios inmuebles. 

Un proyecto ambicioso 

Hizo falta un hallazgo tan importante como el de Coyolxauhqui, en 1978, para que se delimitara un área de 40.000 metros cuadrados donde se puso en marcha una de las excavaciones arqueológicas más fascinantes y productivas del siglo XX: el Proyecto Templo Mayor. Sus principales objetivos eran tres: reunir toda la información histórica y arqueológica ya existente sobre el templo Mayor; analizar los descubrimientos desde prismas tan variados como la antropología, la botánica, la historia o la biología, mediante un equipo multidisciplinar amplísimo; y por último, contrastar los hallazgos con el testimonio de las fuentes escritas. 

El 20 de marzo de 1978 se iniciaban las excavaciones, dirigidas por el eminente arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma. Desde entonces se han sacado a la luz siete etapas constructivas que ilustran diferentes momentos del desarrollo del Imperio azteca, y que han demostrado que en cada remodelación del templo Mayor se usaron mejores materiales y técnicas constructivas. También se ha comprobado que a lo largo de esas fases no se modificó la forma del edificio: una pirámide coronada por dos templos, dedicados a los dioses Tlaloc y a Huitzilopochtli, que alcanzó unas dimensiones extraordinarias (80 metros de lado por 60 metros de altura, en cuya construcción se emplearon 130.000 toneladas de materiales). Tampoco cambió su programa decorativo, centrado en Huitzilopochtli y Tlaloc, a quienes estaba dedicado el recinto. 

Cada una de las fases desenterradas contenía gran cantidad de ofrendas –hasta sumar más de siete mil objetos en total– que han diseñado un nuevo mapa político, económico y geográfico del desarrollo azteca, más complejo de lo que hasta ahora se pensaba. Otros descubrimientos han confirmado las noticias de las fuentes escritas, como las referidas al sacrificio de niños al dios Tlaloc, aunque los estudios de ADN han demostrado que más de la mitad de las víctimas estaban enfermas, aspecto que no se menciona en los textos. La presencia de urnas funerarias o cinerarias en el interior del templo, tal 

vez de gobernantes o personajes relevantes, demuestra la práctica de la incineración de cadáveres. Han sido muchos los logros del proyecto: una nueva visión del Imperio azteca, una inusitada actividad cultural (publicaciones, conferencias, exposiciones), la construcción de un museo para albergar los hallazgos, y la creación, en 1991, de un proyecto de arqueología urbana para conocer la verdadera dimensión del recinto sagrado de Tenochtitlán. 

Últimos hallazgos 

No han faltado tampoco, a lo largo del desarrollo del Proyecto Templo Mayor, los hallazgos de espectaculares monumentos de la cultura azteca como las esculturas de Mictlantecuhtli, dios del inframundo, y los guerreros águila de tamaño natural, todas descubiertas en 1982, o el enorme monolito de Tlaltecuhtli, en 2006, de 4 metros de diámetro y 12,5 toneladas. Así se ha mantenido vivo el interés, no sólo del mundo académico, sino del público en general, hasta tal punto que Eduardo Matos hace suyas las palabras de Howard Carter cuando habla del templo Mayor: «Para la mayoría de los arqueólogos es sorprendente la creciente atención popular que recibe ahora nuestra ciencia.

En el pasado hacíamos nuestro trabajo sin esperar que los demás expresaran algo más que una modesta cortesía... Ahora, de repente, nos encontramos con que el mundo se interesa por nuestra actividad con una curiosidad tan intensa y ávida de detalles que se envían corresponsales para que nos entrevisten, informen de nuestros movimientos y se escondan tras las esquinas intentando sonsacarnos algún secreto». 

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