(22/12/22 - Arqueología)-.La civilización maya floreció entre el siglo V a.C. y el siglo XVI d.C. en un extenso territorio que abarca casi 300.000 kilómetros cuadrados y que en la actualidad se reparten México, Guatemala, Honduras y Belice. Entre los muchos enigmas que esa antigua cultura plantea a los investigadores destaca su inagotable y enorme furor constructivo.
Sobre las copas de los árboles más altos de la selva guatemalteca asoman los antiguos templos de Tikal, cuyos soberanos encarnaron el esplendor de la civilización clásica maya
En un medio hostil, cubierto de densos bosques tropicales y pantanos, los mayas levantaron centenares de espléndidas ciudades de piedra, cuyas altas pirámides todavía hoy desafían a la voraz vegetación alzándose soberbias por encima del océano verde. De todas esas urbes –que tienen nombres sonoros, en su mayoría modernos, como Palenque, Copán, Oxkintok, Calakmul, Uxmal o Yaxchilán–, la más grande, la que reúne algunos de los monumentos más extraordinarios creados por el hombre precolombino, es, sin duda, Tikal.
El lugar de las voces
Tikal se levanta en el actual departamento guatemalteco de El Petén. Las ruinas fueron descubiertas por Modesto Méndez en 1848, aunque Hernán Cortes llegó a pasar muy cerca de allí en su viaje a Honduras, en 1525, y también otros viajeros y campesinos pudieron haberlas visitado después de que el reino presidido por esta poderosa ciudad se hundiera irremediablemente hacia finales del siglo IX. El nombre del asentamiento es reciente y hace referencia a los ruidos del bosque (significa «lugar de las voces»), pero los epigrafistas creen que en la Antigüedad su nombre era Mutul, un término maya cuyo significado, «pelo anudado», se corresponde con bastante exactitud con el glifo o signo jeroglífico que identifica a la ciudad en las inscripciones.
Hoy en día, de aquella inmensa urbe los visitantes contemplan solamente la pequeña extensión que se ha excavado y restaurado, donde los imponentes edificios se alzan entre árboles y plantas de un vasto parque natural protegido. Pero hay que tener en cuenta que antiguamente los centros cívicos y administrativos de los mayas eran grandes extensiones de estuco pintado de vivos colores que formaba el pavimento sobre el que se levantaban templos y palacios.
El área ocupada por la civilización maya estuvo dividida en ciudades-estado, cada una de las cuales controlaba un territorio más o menos extenso, pero que rara vez superaba los 3.000 kilómetros cuadrados. Había ciudades hegemónicas que sometían a una especie de vasallaje a otras menores, pero casi todas tenían sus reyes particulares, designados con el término ajau, «señor», o bien, en ocasiones, kul ajau, que añade el adjetivo «sagrado» o «divino». Ahora bien, ¿cuándo surgió la realeza en Tikal?
Nacen los reyes divinos
Los primeros indicios acerca de la existencia de reyes nos sitúan en la época predinástica, que arranca en el siglo V a.C. y llega hasta 292 d.C. En realidad, de esa época no se conservan testimonios irrefutables de un sistema político centralizado en una persona o un linaje, del tipo de las monarquías hereditarias posteriores. A este respecto, las inscripciones jeroglíficas señalan como posible fundador de la primera dinastía de Tikal, en el siglo I d.C., a Yax Eb Xook, quizás enterrado en la tumba 85, del que no tenemos otros testimonios. Las edificaciones principales de esta etapa se hallan en los sectores de la ciudad denominados Mundo Perdido y Acrópolis del Norte.
Si exceptuamos a este dudoso soberano, el primer ajau de Tikal se llamaba algo así como Chak Tok Ichaak, nombre que se deduce de sus adornos en la Estela 29, erigida en el año 292. Siguen varios reyes de los que no se sabe prácticamente nada, hasta llegar a Siyaj Chan Kawil I, que gobernó alrededor del año 307. Le siguió una mujer con nombre de diosa, Une Balam, y otro rey llamado Kinich Muwan Jol. Su hijo, el Chak Tok Ichaak I que aparece en varias estelas, subió al trono en el año 360 y murió en el 378, seguramente a manos de los invasores que llegaron a Tikal en aquella fecha y pusieron término a la primera dinastía tikaleña.
Los mayas empleaban un bonito eufemismo para referirse al acto de morir: lo denominaban «entrar en el agua», porque el inframundo, el reino de los muertos, se encontraba detrás o debajo de las aguas que rodean la península de Yucatán. A veces decían «entrar en el camino», haciendo referencia a los laberínticos senderos que descendían al interior de la tierra.
La llegada de los teotihuacanos, a finales del siglo IV, inaugura una nueva etapa en el devenir de Tikal, marcada por la profunda influencia –e incluso dominación– de Teotihuacán, una poderosa metrópoli situada en las cercanías de la actual Ciudad de México, a más de mil kilómetros de Tikal. Es muy probable que la sede del poder teotihuacano en la ciudad se localizase en la zona de Mundo Perdido, donde se alza una pirámide de 30 metros de altura que presenta innegables características teotihuacanas, como son los muros en los que se alternan planos inclinados (taludes) y verticales (tableros).
Una dinastía extranjera
En la segunda dinastía de Tikal –que podemos denominar, hasta cierto punto, «teotihuacana»– destaca Siyaj Chan Kawil II, quien mandó erigir la magnífica Estela 31, en la que se cuentan algunos sucesos relacionados con su derecho a gobernar. Las estelas mayas eran monolitos de diverso tamaño que servían de propaganda política y de objeto para el culto a los monarcas; se labraban y erigían cada vez que finalizaba un período de 7.200 días (katún), y a veces cada 3.600 días (lajuntún) o cada 1.800 días (jotún). Los reyes expresaban en ellas su legitimidad, daban cuenta de su valentía en la guerra, de sus vínculos con el cosmos y con los dioses, hablaban de sus parientes más cercanos y conmemoraban las fechas de ascenso al trono y de su muerte.
La Estela 40 de Tikal, que exalta al rey Kan Chitam, hijo de Siyaj Chan Kawil II, fue descubierta por el equipo hispano-guatemalteco que llevaba a cabo la restauración de la gran pirámide conocida como templo I o templo del Gran Jaguar. Gaspar Muñoz Cosme, arquitecto de la Universidad Politécnica de Valencia, dirigía los trabajos cuando se localizó este documento arqueológico y artístico de primera magnitud, en el que se pudo leer el nombre jeroglífico de un soberano del que apenas se tenían noticias.
A Kan Chitam le sucedieron su hijo, Chak Tok Ichaak II, y después unos cuantos gobernantes de los que no se sabe casi nada debido a que, alrededor del año 508, Tikal se sumergió en una fase de disturbios políticos, tal vez relacionados con el fin de una dinastía y con enfrentamientos entre facciones deseosas de alzarse con el poder. Se han conservado algunas estelas de los gobernantes de este turbulento período, entre las que destacan las dedicadas a una mujer que heredó el trono cuando era apenas una niña.
Pero los verdaderos problemas llegaron en el año 562, momento en que cesan las inscripciones. El gigantesco Imperio teotihuacano, que había dejado su huella cultural en toda Mesoamérica (la inmensa región histórica formada por México y América Central), inició entonces su decadencia y se fue retirando de esferas de influencia en tierras lejanas, como las selvas del norte de Guatemala. Hay dos hechos que prueban la existencia de graves problemas en una ciudad maya: la interrupción de la actividad constructiva –incesante en tiempos normales– y que dejen de labrarse estelas con fechas y textos jeroglíficos. Esto es lo que ocurrió en Tikal durante la segunda mitad del siglo VI y casi todo el siglo VII, un período conocido como Hiato, sobre el que la información disponible es muy escasa.
Tikal, centro del mundo maya
En la última fase de su historia, Tikal recuperó su total independencia, después del hundimiento del Imperio teotihuacano, hacia el siglo VII, y vivió un esplendor sin precedentes. Fue en esta etapa cuando se construyeron los monumentos más importantes de la ciudad. En efecto, cuando el Estado de Tikal logró sobreponerse, ya casi en el año 700 d.C., se inició una época de florecimiento que se refleja en la arquitectura y todas las demás artes; la ciudad creció hasta sus límites máximos y definitivos, y los templos piramidales alcanzaron alturas y volúmenes extraordinarios.
Dos fueron los reyes que condujeron a Tikal al predominio en toda el área, superando a su rival Calakmul (situada en el actual estado mexicano de Campeche), que había sido la potencia enemiga desde hacía siglos. El primero de estos soberanos fue Jasaw Chan Kawil, artífice de la victoria militar en 695 contra este poderoso reino del norte, y personaje que inspiró la construcción de los templos I y II, en el primero de los cuales fue enterrado.
El templo I es el icono preferido de muchos amantes de la civilización maya, por su estilizado perfil y su altura airosa, de casi 50 metros (incluso aparece en un película del ciclo La guerra de las galaxias). La tumba de este gran ajau del período Clásico Tardío contenía un ajuar de objetos magníficos, como una vasija de mosaico de jade, un gran collar del mismo material y 37 huesos grabados con glifos y escenas, algunos de una finura y belleza sin parangón en el arte maya.
Su hijo se llamaba Yikin Chan Kawil, y de él se conmemoraron sus victorias sobre Calakmul, Yaxhá y Wak Kabnal, reinos extendidos hacia todos los rumbos. El nombre de este gobernante se asocia también con la pirámide más grande de Tikal: el templo IV, de 65 metros de altura, cuyo basamento no ha sido liberado todavía de la vegetación tropical, por lo que se alza como una gigantesca montaña en el corazón de la vieja urbe. Es el mayor templo de toda el área maya (contiene 228.000 metros cúbicos de materiales de relleno) y uno de los tres verdaderamente colosales que levantaron los nativos americanos, junto con la pirámide de Cholula y la inmensa pirámide del Sol de Teotihuacán. Es posible que allí esté enterrado el monarca, aunque nadie ha buscado aún su tumba en el interior de esta formidable estructura arquitectónica.
Tikal es el mejor ejemplo de aquello que a los arqueólogos les costó tantas dudas y tanto tiempo demostrar: que las pirámides mayas son, ante todo, templos funerarios, mausoleos para los reyes y monumentos conmemorativos de sus linajes. Ya desde antes de la llegada de los teotihuacanos, los gobernantes eran depositados en las entrañas de estos enormes basamentos, en la Acrópolis del Norte, en Mundo Perdido y en otros templos de la zona central. Cuando avancen las investigaciones se encontrarán, sin duda, las suntuosas tumbas de Yikin Chan Kawil en el templo IV y del rey conocido como Sol Oscuro, de principios del siglo IX, en el templo III. Queda por saber quién yace en el majestuoso templo V, recient mente restaurado, uno de los más elevados de los alrededores de la Gran Plaza.
Engullida por la selva
A pesar de su renovado poder, Tikal no pudo escapar a la fatal crisis –el llamado «colapso»– que atenazó al mundo maya clásico entre los siglos IX y X, y que fue el dramático resultado de diversos factores: las tensiones entre un sistema monárquico despótico y muy centralizado y una ambiciosa aristocracia que no cesaba de crecer; el crecimiento demográfico y la consiguiente sobreexplotación de los suelos, acompañada de duras sequías; la fuerte presión tributaria sobre los campesinos; y las guerras, cada vez más frecuentes. Tikal fue abandonada y la selva engulló pirámides y palacios; la última estela labrada en la ciudad es la Estela 11, del año 869. La metrópoli, que en el período Clásico había alcanzado una extensión aproximada de 120 kilómetros cuadrados y pudo albergar hasta 90.000 habitantes, desapareció bajo la espesa vegetación tropical.
En 1971 estuve excavando cerca de Tikal, y acostumbraba a visitar las deslumbrantes edificaciones por la mañana, cuando aún no eran muy numerosos los turistas. Un día tropecé con un cazador indígena que me relató la historia del origen del mundo, un mito que, en sus labios, resultaba muy semejante al que aparece en el Popol Vuh, célebre texto copiado de un manuscrito maya por un fraile español en el siglo XVIII.
El recuerdo más vivo que conservo del encuentro son las palabras de aquel hombre mientras observaba a los simios que aullaban desde los frondosos árboles: «Éstos son al nuestro; eran hombres de madera y fueron los hombres del mundo anterior convertidos en monos porque no mostraban piedad hacia los dioses que los habían creado». Tal vez el maya cazador situaba la creación del mundo actual precisamente en la ciudad de Tikal, al igual que los aztecas la habían situado en la abandonada Teotihuacán.
Reyes, sacerdotes y campesinos
Las ciudades mayas no eran enclaves residenciales. Las gentes del período Preclásico (1000 a.C.- 250 d.C.) iniciaron las construcciones de piedra con la exclusiva finalidad de establecer un espacio de carácter ceremonial o ritual. Poco a poco, con el imparable crecimiento impulsado por los gobernantes sucesivos, las urbes adquirieron también un marcado signo administrativo y económico.
Sin embargo, durante los veinte siglos de civilización prehispánica se puso énfasis una y otra vez en los aspectos políticos y religiosos del espacio urbano. Cualquier viajero contemporáneo que hubiera visitado Tikal en el año 750 habría contemplado una actividad relacionada casi siempre con estos dos ámbitos de la vida social, y eso en cualquier sector de la ciudad, en cualquier conjunto de edificios.
Las gentes que allí vivían habitualmente eran miembros del linaje gobernante, y funcionarios, sacerdotes, guerreros, artesanos, mercaderes, sirvientes y esclavos, es decir, las minorías necesarias para la buena marcha del Estado. Los campesinos se instalaban en la periferia, donde tenían los campos que cultivaban, y trabajaban en la remodelación de pirámides y palacios, erigían estelas y monumentos, talaban madera para las hogueras en las que se producía la cal con la que se hacía el estuco que cubría suelos y muros, y extraían piedra y cascajo calizo en las canteras.
La Gran Plaza, corazón de Tikal
Tikal es un verdadero modelo del papel que edificios y espacios abiertos desempeñaron en el mundo maya clásico. En ese sentido, cabe señalar que muchas construcciones sin forma de pirámide cumplían la función de templos por estar dedicadas a los dioses y albergar rituales o ceremonias religiosas de distinta índole; los mayas extendían el carácter sagrado de un espacio a lugares donde desarrollaban sus tareas personas consideradas sagradas, o donde se podía establecer una comunicación especial con los seres sobrenaturales. Lo que llamamos palacios –porque eran los recintos donde se cree que los gobernantes y sus cortesanos realizaban sus tareas políticas y administrativas– eran igualmente, en cierta medida, templos, y no sólo porque el rey era descendiente de los dioses, sino también por las ceremonias que el monarca oficiaba en ellos.
Lo primero que hay que poner de relieve es que en Tikal, al igual que en las demás ciudades mayas, las plazas son el principal elemento ordenador del espacio urbano. La ciudad se divide en sectores o grupos arquitectónicos, y entre ellos hay plazas y dentro de ellos, patios. La plaza organiza la circulación de los peatones y es el lugar de reunión de las muchedumbres que acuden a las ceremonias; además, garantiza la perspectiva adecuada para la contemplación de los grandes edificios o las esculturas, cuya majestuosidad queda realzada por estos grandes espacios abiertos. Los patios, cerrados por los edificios que forman parte de un grupo, son un lugar de tránsito, pero, sobre todo, de descanso, de sosegado paseo o de conversaciones entre personajes de la política y de la guerra. Conjuntos arquitectónicos y edificios aislados están conectados por las calzadas (sacbeob), caminos –generalmente elevados sobre el suelo pavimentado– que tienen un valor especialmente simbólico y ritual.
La Gran Plaza de Tikal acogería a cientos de personas llegadas de todo el reino para asistir a las celebraciones conmemorativas del rey Jasaw Chan Kawil, enterrado en el altísimo templo I que la limita por el este. Los patios de la Acrópolis Central, uno de los mayores complejos palaciegos mayas que se conocen, fueron testigos de trascendentales decisiones políticas como las relativas a la guerra con Calakmul, y por ellos pasaron los embajadores de los más importantes reinos de la península de Yucatán; las mujeres de la realeza debieron de sentarse allí al caer el día para gozar del frescor del atardecer, y tal vez algún valeroso guerrero arrastró por ellos a sus cautivos camino de la humillación y la tortura.
En Tikal existen unos grupos de edificios peculiares, que también aparecen en otras ciudades pero que en la gran capital debieron de alcanzar una especial actividad: los llamamos Complejos de Pirámides Gemelas. Constan de dos basamentos piramidales sin santuario encima, enfrentados en una plaza, en el norte de la cual se levanta un recinto sin techo con una estela en su interior, y al sur, un palacio con nueve puertas que se supone representan los pisos o niveles del inframundo. Son representaciones cosmológicas, levantadas cada 7.200 días para celebrar la consumación o finalización de un katún, lapso temporal de gran importancia para los mayas. También hay construcciones para el juego de pelota, grandes aljibes o depósitos de agua, y posibles baños de vapor.
Muchos de los miles de edificios de Tikal carecen de función conocida; asignársela es una tarea que quizá nunca podrá ser finalizada por completo. Los mayas, aficionados a las adivinanzas y los enigmas, nos legaron multitud de misterios. Tikal, que parece impenetrable bajo el tupido follaje de la selva, guarda en las numerosas construcciones que no han sido aún desenterradas muchas de las soluciones, muchas de las respuestas.
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