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Beinusz Szmukler, el amigo que vivió y murió de pie

(12/02/23 - Necrológica, *Por Ernesto Lucero)-.Al día siguiente del intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fui a buscar a Beinusz Szmukler, de 91 años, para ir a la manifestación en repudio al atentado que se hizo en Plaza de Mayo. Teníamos que encontrarnos con los integrantes de la Asociación Americana de Juristas (AAJ) en Diagonal Norte, cerca de la Plaza.

Tomamos el subte en la estación Scalabrini Ortiz en el barrio de Palermo. Miles de jóvenes coreaban consignas y cantaban por Cristina, desbordaban los vagones y colmaban los andenes de la última parada de esa línea. Íbamos muy apretados hacia la salida y de pronto vemos a Claudia parada frente a nosotros en la puerta de la escalera que lleva a la Plaza.

Claudia Rocca es la presidenta de la rama argentina de la AAJ. Una mujer joven, de tez clara, ojos muy abiertos y sonrisa leve, postura erguida para anticipar un carácter fuerte. La compañera de vida durante los últimos catorce años de Beinusz.

¿Cómo podía estar ahí en medio de esa enorme multitud, esperando a su amor sin haber acordado ese encuentro?

Ninguno de ellos se sorprendió como yo. Claudia me explicaría después, en el velatorio, que esos encuentros inesperados eran casi una constante entre ellos; bastaba que se lo imaginaran para que ocurriese.

El último mensaje que recibí de Beinusz por WhatsApp fue el domingo pasado por la tarde-noche, menos de dos días antes de su muerte.

Beinusz compartió ese día la nota del colega Jorge Elbaum sobre el embargo y la confiscación del avión venezolano de Emtrasur ordenado por un juez argentino a solicitud de Estados Unidos, un asunto que lo apasionaba como tantos otros en los que advertía una injusticia.

Hombre de Derecho (aunque se recibió muy joven de abogado, fue una carrera que no pensaba seguir), no se detenía solo en observar el incumplimiento de las normas jurídicas. Le importaba aquello que a criterio de algunos jueces y de cierta legislación favorable a los poderosos afectaba los intereses de los nadies y del país, y del mundo más justo que quería.

A tal punto era así que, a los 91 años y con muchos achaques, jamás dejaba de asistir a una manifestación en la que estuviera en juego lo que consideraba importante y necesario para defender sus principios, su inquebrantable voluntad en la lucha por los derechos humanos y sociales.

Por ejemplo, el 1° de febrero asistió a la movilización que llegó hasta las puertas del edificio donde funciona la Corte Suprema de Justicia y el despacho de sus integrantes, para quienes se pidió el juicio político.

En ese lugar, Norita Cortiñas y Taty Almeida, Madres de Plaza de Mayo, junto a otros integrantes de organismos de derechos humanos, jueces y dirigentes políticos y gremiales, gritaban: "¡Basta de mafia judicial!".

Leí algunas crónicas que los medios publicaron sobre ese acto, cuyo locutor fue otro colega, Claudio Orellano, pero ninguna daba cuenta de la presencia de Beinusz entre los asistentes. Quizá porque no se apareció en el palco, ni fue uno de los oradores, pero ahí estuvo él de cuerpo presente. Como militante y presidente del Consejo Consultivo de la AAJ.

Cuando le envié la noticia de su muerte, Claudio Orellano me llamó consternado porque ese tarde había abrazado a Beinusz y no lo podía creer.

Minutos antes, Matías Bailone, un joven jurista argentino que desborda talento, le había pedido a una de mis hijas que me confirmara el fallecimiento de su gran amigo Beinusz.

Podría escribir muchas páginas relatando historias de Beinusz, muchas más si tuviese que incluir los copiosos datos de su currículum, aunque esa etapa fundamental de su actividad se puede encontrar en incontables crónicas y reseñas que se han publicado en libros, medios gráficos y en Internet.

De su compromiso en la lucha política en defensa de los oprimidos, de la democracia y la soberanía de países como Cuba, amenazadas y cercadas por los grandes centros del poder mundial, me contaba cuando nos reuníamos en el bar de la esquina de su casa, en Scalabrini Ortiz y Juncal, y en algunos otros de las inmediaciones.

A veces lo escuchaba contar sus encuentros con Fidel Castro en su casa de la isla. Estuve con uno de tus tocayos", me dijo a propósito del almuerzo con Ernesto Cardenal en Managua y ahí era cuando yo buscaba en el celular, la Oración por Marilyn Monroe, del poeta nicaragüense y líder de la revolución sandinista.

Le leía ese poema: "Señor/ recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe/ aunque ese no era su nombre/ ( pero tú conoces su verdadero nombre/ el de la huérfana violada a los 9 años/ y de la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)/ y que ahora se presenta ante Ti sin ningún homenaje/ sin su Agente de Prensa/ sin fotógrafos y sin firmar autógrafos/ sola como un astronauta frente a la noche espacial".

Beinusz conocía la poesía de Cardenal y me decía: "Recitás muy bien che, tendrías que haberte dedicado al teatro". Y nos reíamos y él hablaba de su voz, de esa voz profunda, grave, inconfundible, que le había valido tanto para que siempre lo eligieran como locutor en los actos partidarios, como para afirmar su condición de seductor.. Una voz que conservaba a los 91 pero que se empastaba un poco en el micrófono del teléfono.

Esa voz, que cualquiera que lo llamara al celular cuando no podía contestar escuchaba en su contestador, en el que él había grabado solo su apellido, deletreando con cuidado y estirando la complicada combinación de la 's' seguida de 'z': S-Z-Z-Z-M-U-K-L-E-R.

A propósito de su apellido, mi amigo José, de padres polacos como Beinusz, me dijo que Schmukler era de origen alemán, y significa mercero o pasamanero, y era muy probable que un antepasado suyo tuviera ese oficio. La 'SZ', me explicó, es la polaquización de la 'SCH'. Y quizá, tomando la hipótesis de Enrique Pichón Riviere, ese apellido tenga algo que ver con el "mandato" que recibió el padre de Beinusz para realizar esa actividad cuando llegó a Buenos Aires.

En el primer piso de la casa de velatorios hay una sala colmada de personas reunidas para acompañar a Beinusz durante la noche previa a su último viaje al cementerio de la Chacarita.

El parloteo incesante contrasta con el silencio que será eterno, de ese cuerpo apretado dentro de un cajón de madera clara, que supo pertenecerle a Beinusz.

El féretro está envuelto en una bandera argentina y otra roja con la hoz y el martillo y sobre el extremo que cubre los pies, una flor blanca que alguien eligió. Es la flor nacional de Cuba, la mariposa.

Otra flor, un pimpollo de rosa roja fue puesta sobre el ataúd a la altura del pecho. Recordé entonces la flor roja que la orquesta del maestro Pugliese dejaba sobre el teclado de su piano cuando lo llevaban preso a Devoto por su militancia en el PC, el partido de Beinusz.

Pero además de la militancia compartida, Beinusz había sido socio de Pugliese en una productora discográfica que no tuvo éxito.

A la mañana siguiente volví muy temprano a la casa de sepelios en el barrio de Belgrano. El traslado al cementerio estaba pautado para las 10.30. Sentada muy quieta en la sala vacía, solo estaba Luisa, única hermana de Beinusz.

"Fue todo para mí -me dijo Luisa- fue un héroe. Un revolucionario desde los 6 años".

"Mire, cuando en 1937 el barco que lo traía desde Polonia pasó por España él intentaba fabricar balas para los republicanos que luchaban contra Franco con el papel plateado de los paquetes de cigarrillos", contó.

Luisa se dirigía a mí de modo muy suave, apretando mi mano, mientras lloraba. Y entonces habló de su infancia: "Yo nací aquí. Mi padre, que había venido antes que mi hermano y mi madre, era un 'cuenténik' (vendedor ambulante, en idish), y sus peleas con Beinusz cuando era adolescente fueron terribles".

"Mi madre no militaba pero sus ideas eran de izquierda. Mi padre era un apasionado defensor de Israel, al punto que decía que los comunistas eran nazis. Entonces, Beinusz se levantaba con ira. Pero antes, cuando Beinusz iba a la primaria casi siempre volvía con magullones y la ropa rota. Mi madre le preguntaba y él le respondía: 'me dijeron que era un judío de mierda'".

Pero en el secundario la cosa sería distinta. Ya era el líder al que todos respetaban. Los compañeros lo habían elegido secretario del Centro de Estudiantes del Colegio Manuel Belgrano.

*Sociólogo y periodista

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