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Comienza juicio por el asesinato de Wenceslao Pedernera, el beato que dejó todo por los pobres

(24/04/23 - Lesa Humanidad, Por Laura Pomilio)-.El Tribunal Oral Federal (TOF) de La Rioja dará inicio el próximo viernes al juicio oral y público por el asesinato del dirigente campesino Wenceslao Pedernera, integrante de la pastoral de Monseñor Enrique Angelelli y acribillado por un 'grupo de tareas' frente a su familia el 25 julio de 1976.

Tras varias dilaciones, el juicio a cargo de los magistrados José Camilo Quiroga Uriburu, Mario Martínez y Juan Carlos Raynaga comenzará el viernes a las 9 en la sala de audiencias del TOF de La Rioja, y tendrá como único imputado al exgendarme Eduardo Abelardo Britos, acusado de ser autor intelectual del hecho cuando se desempeñaba como jefe del Escuadrón 24 de Gendarmería con sede en Chilecito.

Britos se encuentra actualmente cumpliendo condenas previas en Salta por delitos de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura militar.

En diálogo con esta agencia, una de las hijas de Wenceslao, el cura de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Ulapes, Gonzalo Llorente, que trabajó junto a él, y la doctora en Historia Gabriela Peña relataron a esta agencia cómo fue el recorrido de este referente campesino laico que dejaría su vida armada en Mendoza para sumarse a la obra de monseñor Angelelli en La Rioja.

Oriundo de la localidad puntana de La Calera, en 1961 Wenceslao migró a Mendoza, donde conoció a su mujer, Marta Ramona Cornejo, "Coca", una catequista mendocina con quien tuvo tres hijas: María Rosa, Susana Beatriz y Estela Marta.

En aquellos primeros años, la familia Pedernera llevó una vida tranquila gracias al trabajo de Wenceslao en la empresa vitivinícola Gargantini, donde se les asignó una casa para vivir dentro de las grandes extensiones de la finca y donde fue elegido como delegado gremial.

Fue acercándose a la iglesia por su esposa y entró en contacto con dos dirigentes del Movimiento Rural, Carlos di Marco y Rafael Cifré, quienes lo invitaron a un encuentro en La Rioja, donde Wenceslao conocería a Angelelli y al proyecto que éste había encarado de llevar a la práctica la doctrina del Concilio Vaticano II: una iglesia con un fuerte compromiso social y de opción preferencial por los pobres.

Interpelado por la obra de Angelelli, Wenceslao decidió mudarse con su familia a La Rioja y construyó desde cero un humilde hogar en la localidad de Sañogasta, al oeste de la provincia, desde donde impulsó la organización de los trabajadores rurales en cooperativas para que la tierra "fuera de todos y trabajada por todos".

"Dejó todo con su esposa y sus hijas para comprometerse por este ideal de la tierra compartida, no una tierra acaparada por unos pocos sino una tierra compartida en el trabajo por todos y con sus beneficios para todos", señaló el Padre Llorente, amigo de Wenceslao.

Llorente destacó el "carácter solidario y comprometido" de este campesino laico, un "hombre de pocas palabras, más de la acción, con un gran sentido comunitario y de trabajo junto a los otros".

"En una provincia donde la tierra estaba acaparada por unos pocos, grandes empresarios agropecuarios y agrícolas de la zona veían este proyecto cooperativo con mucho temor de que se tratara de una experiencia al estilo de las granjas rusas, así comenzó un proceso difamatorio y de persecución muy violento", explicó Llorente.

Y agregó: "El golpe militar del '76 fue apoyado por familias pudientes tradicionales de La Rioja que se oponían a esta pastoral del pueblo, de los pobres, que generaban iniciativas nuevas de dignidad para la gente basadas en la propuesta eclesial que provenía del Concilio Vaticano II".

En coincidencia, la historiadora Peña señaló la situación de "una provincia con un 90% de pobreza gravísima" y con la presencia de "grupos poderosos a los que no les gustaba esta orientación eclesial que se estaba dando", y que empezaron a hacer sentir su fuerza "incendiando lugares de la iglesia, apresando personas, difamando y ejerciendo todo tipo de amedrentamientos".

"En 1976, con el golpe de Estado la situación era perfecta, porque estos grupos poderosos tenían en las Fuerzas Armadas un instrumento útil para cumplir sus objetivos, que eran acabar con este proyecto de iglesia", reseñó Peña, autora del libro "Wenceslao Pedernera: El santo de la puerta de al lado".

Por su parte, Susana Pedernera, hija de Wenceslao, rememoró: "Mi mamá tenía miedo porque ya habían pasado cosas antes, habían detenido a algunos sacerdotes, habían matado a los curas de Chamical; mi papá había recibido amenazas y cada vez pasaban más seguido autos que vigilaban nuestra casa pero él estaba convencido de quedarnos porque no estaba haciendo nada malo".

La segunda hija del matrimonio Pedernera tenía sólo siete años la noche en que tres encapuchados irrumpieron en su casa y le dispararon a quemarropa a su padre sin mediar palabra.

"Tengo vívido el recuerdo de aquella noche como si hubiera pasado hace poco tiempo, el recuerdo de mi padre herido, tirado en el suelo, que entre quejidos nos miró y nos dijo 'No guarden rencor, no odien y perdonen porque yo ya he perdonado lo que me hicieron'", evocó Susana.

Con la ayuda de un vecino, llevaron con vida a Wenceslao al hospital de Chilecito. Al llegar al hospital, "Coca" y sus tres hijas fueron encerradas inmediatamente en una habitación donde les dijeron que "estaban detenidas, incomunicadas y que no podían hablar con nadie".

"Como vieron que llegó vivo al hospital y que no habían terminado de hacer bien el trabajo en la casa, tenían que terminarlo ahí, por eso nos encerraron. No lo operaron ni le hicieron nada, lo dejaron morir desangrado", sostuvo.

Su hermana mayor, María Rosa, que en ese momento tenía 13 años, logró escabullirse al mediodía del día siguiente para ir al baño y, "siguiendo los gritos de su padre", dio con él en una habitación, donde lo vio malherido con un charco de sangre debajo de su camilla.

"Él alcanza a hablar con María Rosa, le pregunta por nosotras, ella le dijo que estábamos bien pero enseguida la sacó una enfermera. Al rato vinieron a comunicarle a mi mamá que había fallecido, siento que cuando él supo que estábamos bien se entregó a Dios", expresó con dolor Susana.

El asesinato de Wenceslao no fue un caso aislado. La muerte del dirigente laico había sido precedida una semana antes por los asesinatos de los dos curas de Chamical, Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, en un plan orquestado por las fuerzas militares en connivencia con sectores poderosos de la provincia para desarticular el creciente Movimiento Rural Cristiano, en una avanzada que tendría como corolario la muerte en un accidente automovilístico fraguado del máximo referente del sector, monseñor Angelelli, sólo nueve días después, el 4 de agosto de 1976.

Wenceslao, Angelelli, Longueville y Murias, los "cuatro mártires de La Rioja", fueron beatificados por el papa Francisco en 2019 dado que sus muertes tuvieron el carácter de "martirio en odio de la fe".

"Cuando fue la beatificación sentimos que sanamos un poco, yo personalmente siento que me ha sanado bastante. Como nos dijo él, no guardo ni odio ni rencor, sólo el dolor de no tenerlo, de ver el cuadro pintado que tengo de su rostro y no tenerlo vivo, presente", expresó Susana, quien espera que finalmente se lleve a cabo el juicio contra Britos, el "único responsable que queda vivo para que se haga justicia".


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